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Rompe el silencio

  • Foto del escritor: Amelia Molina Segovia
    Amelia Molina Segovia
  • 30 ago 2024
  • 2 Min. de lectura

El silencio es a menudo el aliado más peligroso del abuso. En cualquier forma en la que se presente (emocional, físico, energético, sexual o psicológico) el abuso florece en la oscuridad del silencio, donde el dolor se amplifica y las cicatrices se profundizan. Es en este espacio de silencio donde las víctimas, temerosas y solas, sienten que no tienen a dónde recurrir, atrapadas en un ciclo que parece interminable. Sin embargo, el poder de la voz humana es una herramienta formidable en la lucha contra esta injusticia.

 

Hablar del abuso no es fácil. Implica confrontar el miedo, la vergüenza y, a menudo, el juicio de los demás. Para muchos, la idea de denunciar o de compartir su experiencia puede parecer una montaña imposible de escalar. Pero es precisamente en este acto de valentía, en la decisión de romper el silencio, donde comienza la verdadera sanación. Al alzar la voz, no solo nos liberamos de la carga de un secreto insoportable, sino que también enviamos un poderoso mensaje: el abuso no es aceptable, no está bien y, sobre todo, no debe quedar impune.

 

Denunciar el abuso no es solo un acto de justicia personal, sino una declaración de que nuestras vidas y nuestra dignidad son valiosas. Es un grito de esperanza para quienes aún están atrapados en la sombra, demostrando que es posible salir, sanar y reconstruir. Además, al no callar, damos visibilidad a un problema que afecta a miles de personas alrededor del mundo, creando conciencia y fomentando una sociedad más compasiva y justa.

 

Es fundamental recordar que nadie está solo en este camino. Existen redes de apoyo, profesionales y seres queridos dispuestos a escuchar y ayudar. El primer paso es el más difícil, pero es también el más crucial. Al hablar, iniciamos un proceso de sanación personal y, al mismo tiempo, contribuimos a que otros encuentren el valor de hacer lo mismo.                                 


No callar es un acto de resistencia, de amor propio y de protección hacia los demás. Es un recordatorio de que todos merecemos vivir sin miedo, en un mundo donde el respeto y la dignidad sean las normas, no las excepciones. Hablar es liberarse, es decir al mundo que nuestras vidas importan y que, juntos, podemos erradicar el abuso en todas sus formas.


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