En el diván, mi reflejo sin reflejo
- Amelia Molina Segovia
- 6 jul
- 2 Min. de lectura
Una beetácora interna desde el abismo hasta la luz
Hoy lloré en el diván.
No fue una lágrima bonita, cinematográfica, de esas que bajan lentas por la mejilla y parecen ensayar su caída. No. Fue una grieta. Una de esas que se abren sin pedir permiso y te dejan temblando, como si tu cuerpo recordara algo que tu mente todavía no sabe nombrar.
El control.
Ese viejo amigo que disfrazamos de fortaleza, pero que muchas veces solo es miedo maquillado.
Lo he intentado contener desde todos los puntos cardinales de mi ser: el cuerpo, el pensamiento, la rutina, la comida, los vínculos. Controlarlo todo como quien aprieta un puñado de arena y, en el intento, se le escapa la vida entre los dedos.
Ahí, en el diván, descubrí que esa necesidad de controlar no es un capricho. Es una defensa. Un escudo forjado en la infancia, en el trauma, en la incertidumbre, en las noches donde nadie te explica por qué duelen ciertas cosas.
Y sin embargo, algo se rompió.
Y eso roto también soy yo.
Pero en lo roto, algo respira.
En los últimos días he soñado con espejos que no devuelven imagen. Con mi reflejo ausente, como si mi yo estuviera cansado de posar. Y lo entiendo. A veces, me canso de sostener esta versión de mí que se espera en la superficie.
Mi psicoanalista no habla mucho. Me deja hablar a mí, tal vez porqu no me callo nunca. Pero en su silencio habita una escucha que me atraviesa. Me espeja. Me desarma sin tocarme. Y en ese espacio de desarme, aparece mi sombra. Y también mi luz.
Ambas son yo. Ambas merecen ser miradas.
He ayunado. Pero esta vez no como castigo. No como escape. He ayunado con consciencia.
He sentido el vacío en el estómago como un eco del vacío interno. Y me he preguntado:
¿qué hay realmente detrás del hambre?
¿qué deseo estoy intentando callar?
En ese diálogo entre el cuerpo y la mente, he empezado a nombrar emociones que siempre creí erróneas. Y al nombrarlas, algo se acomoda. Algo se dignifica. Como si mis partes rotas merecieran también un lugar en la mesa.
No tengo respuestas todavía.
La búsqueda del yo parece interminable.
Pero hoy, por un instante, dejé de buscar y simplemente estuve.
Ahí. En el diván.
Llena de lágrimas.
Y también, llena de mí.




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